lunes, 1 de julio de 2013

El misterio de Villa de cristal (3ª parte)




Me separé de la estatua, agarré a Juan y me largué de allí arrastrándolo. 

-Espera, espera. [Dijo Juan parándose en seco]. ¿Me puedes explicar lo que acaba de pasar?

-No lo se. Lo único que tengo claro es que, sin saber como, estaba abrazándola y me ha susurrado algo.

-¿Y qué me puedes decir del beso?

-¿Beso? No se a que te refieres.

-Pedro, le has plantado un beso en la boca a la estatua.

-Lo único que recuerdo es lo que me dijo al oído. A media noche vendrá y, literalmente, me arrancará el corazón.

-¿Y por qué no nos vamos de aquí? Tal vez si nos marchamos te deje en paz.

-¿Cuándo me has visto huir? Necesito saber qué demonios está pasando.

-Pedro, sé sensato. Quedan siete horas para la media noche. 

Tenia que admitir que lo que Juan decía tenía sentido. En estas siete horas podría recoger mis cosas y largarme de aquí, pero, por extraño que parezca, no quería irme. Necesitaba saber qué estaba ocurriendo y si podía hacer algo por solucionarlo. 

Llegamos al hotel y fuimos directos a la habitación para recoger mis cosas.
Aunque quedaba mucho tiempo, metí todo en la maleta lo más rápido que pude. No quería perder ni un minuto más allí.

-¿Ya esta todo? [Preguntó Juan mirando de un lado para otro].

-Eso parece [Contesté cerrando la cremallera de la maleta].

Bajamos rápidamente a la calle y fuimos a por nuestros coches.

Circulábamos por el pueblo, con el tiempo a nuestro favor, en busca de la salida. Cuando la encontramos, había un guardia en medio de la carretera haciendo señas para que parásemos y tras hacerlo se acerco a mi ventanilla. 

-¿Hay algún problema agente? [Pregunté tras bajar el cristal].

-¿Hacia dónde se dirige? [Preguntó el guardia sin responder a mi duda].

-A cualquier sitio que este lejos de aquí.

-Yo tenía entendido que tú no huías nunca. [Dijo esbozando una sonrisa].

Su comentario, evidentemente, me dejó intrigado.

-Perdone agente pero, si no necesita nada más, me gustaría marcharme ya. [Dije mientras ponía el coche en marcha].

-Me temo que no puedo dejarlo marchar Pedro.

-Eres el segundo que sabe mi nombre sin que se lo diga. ¿Es esto algún tipo de broma? [Pregunté seriamente].

-Creo que esto responde a tu pregunta [Respondió desenfundando su arma].

-¿Qué demonios quieres de mi?

-Tan solo quiero que vuelvas al pueblo para que ella se ocupe de ti.

Querido lector. Me gustaría explicarte al detalle lo que pasó en ese momento pero, desafortunadamente, no puedo. Tan solo se que todo se quedó en negro tras sentir un golpe. Según me comentó Juan cuando salimos de allí, me dejaron inconsciente y me secuestraron mientras que a él lo encañonaban con un arma.

Cuando recobré el conocimiento, me hallaba tumbado en el suelo sin tener la más mínima idea de donde estaba ni que era lo que había pasado. Me invadía un fuerte olor a cuarto cerrado, como si hubiera estado sin abrirse años.

Se escuchó un sonido de cerradura y, tras un chasquido, una puerta se abrió. Pude divisar a dos personas en la puerta. Tras unos instantes pude descubrir que uno de ellos era el supuesto policía.

-Por fin despiertas [Dijo con cierto tono burlesco]. Imagino que aquí solo te habrás aburrido, pero tranquilo, te he traído un amigo. Encenderé la luz. 

Empujó dentro del cuarto al hombre que lo acompañaba, el cual acabó en el suelo debido a que se encontraba atado de pies y manos. Tras tirar al hombre, se fue cerrando la puerta tras de sí. 

El hombre, tirado en el suelo, no paraba de revolcarse de un lado a otro mientras gritaba que el solo había vuelto para solucionar “esto”. ¿A qué se referiría con “esto”? De pronto paró en seco.

-Oye, amigo ¿Puedes ayudarme? Por favor, desátame. [Dijo mirándome de reojo].

-Tal vez pueda haber algo por aquí para cortar la cuerda. [Dije mientras miraba alrededor].

-Mira en mi bolsillo, tengo un cuchillo escondido.

Saqué el cuchillo de su bolsillo y corté las cuerdas que ataban sus manos y sus pies.

-Muchas gracias. No aguantaba mas así. ¿Cuál es tu nombre? [Preguntó mientras estiraba sus brazos.

-Mi nombre es Pedro. ¿Y el tuyo?

-Soy Luis. ¿Cómo has acabado aquí?

-Ni idea. Me noquearon y desperté aquí. ¿Y tú?

-Vine al pueblo para solucionar esto de una vez, pero no ha salido como esperaba.

-¿A que te refieres con “esto”? [Pregunté intrigado].

-A la famosa maldición de la dama de cristal. Todo pasó por mi culpa.

-¿Por tu culpa? Entonces… ¿Tú eres…?

-Si Pedro. Yo soy el Marinero que la abandonó hace años. [Dijo desviando la mirada].

-¿Sabes cuántas personas han muerto por tu culpa?

-Si lo sé. ¿Por qué crees que llame tu atención en la fiesta cuando ibas derecho a ella? 

Los dos nos quedamos en silencio durante un rato y, ante nosotros, apareció la chica.

-¡Tú! [Gritó señalando al marinero]. ¿Después de tantos años te atreves a volver?

-Yo… veras… [Balbuceaba el marinero].

-¡Calla! ¡Devuélveme lo que es mío! [Gritó furiosa]. 

De pronto, la luz se apagó, dejándonos en una oscuridad absoluta. Un grito de dolor retumbó por todo el cuarto.

Cuando la luz volvió, Luis, el marinero,  se hallaba tirado en el suelo sobre un charco de sangre que fluía desde su pecho.

Tras contemplarlo durante unos instantes, la puerta se abrió y supe que todo había terminado, ya era libre.

Tras salir del cuarto, encontré a Juan que me llamaba a gritos.

-¡Pedro! [Gritó abrazándome]. Por fin te encuentro. El policía que me secuestró me ha liberado, afirma no recordar nada de lo sucedido. Y a ti, ¿Qué te ha pasado?

-Me encerraron con el famoso marinero de la leyenda, que resulta ser totalmente real, y ha aparecido la “Dama de cristal” y lo ha matado, cumpliendo así su misión.

-Entonces, ¿Todo ha terminado?

-Si Juan. Todo ha acabado.

-Entonces vayámonos de aquí ya.

-Antes de irnos, ¿sabes hay algún aseo por aquí? Es que intente ver si podía hacer algo por él y me he manchado de sangre las manos.

-Si. Como he estado abriendo puerta por puerta para encontrarte se que hay uno ahí mismo.

-De acuerdo, salgo ya Juan, no tardo. [Dije sonriendo].

-A ver si es verdad [Respondió yéndose]. Te espero Fuera.

Entré al baño, metí la mano en mi bolsillo, saqué el cuchillo que me había prestado el marinero, que estaba tiznado por la sangre y lo tiré a la basura.
Me lavé las manos y contemplé la sangre fluir por el lavabo mientras miles de pensamientos rondaban mi cabeza.

Me miré al espejo y tras unos instantes ella apareció.

-Pedro, muchas gracias por ayudarme. Ya puedo descansar.

-No es nada. Yo siempre se tratar y ayudar a una dama [Dije sonriendo].

Ella desapareció y tan solo dejó mi frío y cruel rostro reflejado en el cristal, haciéndome ver que, cuando tu vida esta en peligro, hacemos lo que sea por sobrevivir y que, finalmente, no éramos tan distintos.

¿Y tú, querido lector? ¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar por salvarte? ¿Qué serias capaz de hacer?

                                                  © Pedro Ibáñez Béjar

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