Agosto 2016
La
historia que aquí relato trata de mi hospedaje junto a mi pareja en un extraño
hotel, del cual no daré su ubicación por motivos obvios.
Todo ocurrió el 19 de agosto de 2016. Nos encontrábamos
camino de un hotel en el cual habíamos reservado una habitación. La 115. Era un
número que nos traía gratos recuerdos de años atrás.
Es el momento de coger una vela y, con el siniestro contoneo
de su llama, dejarte guiar por esta historia aterradora.
Íbamos a pasar allí tres días para relajarnos. No era mucho tiempo, pero
con tal de salir de la ciudad y descansar me conformaba.
El trayecto fue lento y bastante pesado. El tráfico parecía
no tener fin alguno, mientras que el calor nos invadía de manera incesante.
Cuando llegamos al hotel, cogimos los bártulos lo más rápido
que pudimos para entrar lo antes posible.
Allí nos atendió un hombre mayor, el cual, con toda
amabilidad, nos acompaño hasta nuestra habitación.
Esta era muy espaciosa y con vistas al mar. No hay nada como
despertar, asomarte a la ventana y ver el vaivén de las olas.
Tras hacer unas visitas por la zona y cenar, volvimos al
cuarto a descansar después de un día tan agotador.
Me desperté a las cuatro de la madrugada y vi la luz del
baño encendida, acompañada de un leve llanto.
- María ¿Estas bien? [Dije incorporándome de la cama].
De pronto, unos brazos rodearon firmemente mi cintura y unos
labios se posaron en mi espalda.
- Estoy bien, solo has tenido una pesadilla. [Dijo María
intentando relajarme].
Miré de nuevo hacia el baño, el cual se encontraba ya
completamente tranquilo y con la puerta cerrada.
A la mañana siguiente, tras levantarme, vi que María seguía
dormida y decidí asomarme al balcón para contemplar las vistas.
Dejé la mente completamente en blanco mientras observaba el
vaivén de las olas y apenas oí murmullo de la gente de la calle.
Me sobresalté al notar una mano que se posaba con suavidad
en mi hombro y me giré al instante.
Me tranquilicé al ver que era María, pero había algo raro en
su rostro. Su sonrisa me helaba la sangre.
- Pedro ¿Tú me quieres? [Preguntó con esa macabra sonrisa].
- Por supuesto [Contesté]. ¿A qué viene esa pregunta?
Se apoyó en la barandilla y se quedó contemplando el mar.
- Entonces sígueme [Dijo incorporándose]. Despierta.
En cuestión de segundos saltó la barandilla y se precipitó
al vacío.
Todo se volvió negro y, para mi sorpresa, desperté en la
cama junto a María, que se encontraba mirándome.
- Pedro ¿Estas bien? [Preguntó extrañada]. Van dos
pesadillas en una noche. No es normal en ti.
Quise contestarle, pero no podía, no me salían las palabras,
por lo que me levanté, me acerqué a ella, la abracé y la besé.
- Tranquila, estoy bien [Dije por fin tras besarla].
Desayunemos y vayamos a dar una vuelta por ahí, para despejarnos.
Nos bañamos en la playa, fuimos a
comer a un restaurante, recorrimos tiendas, cenamos en el centro comercial y
finalmente tomamos unas copas en un pub de la zona.
- Creo que es hora de que volamos
al hotel Pedro. Después de la noche que pasaste y de todo lo que hemos hecho
hoy estarás cansadísimo.
- No te voy a engañar María, estoy hecho polvo.
Fuimos al hotel y al entrar a la habitación vimos que la
cristalera del balcón estaba abierta.
- Pensaba que habías cerrado la cristalera Pedro [Dijo mirándome].
- Y lo hice… Recuerdo haberla cerrado. [Dije acercándome
para cerrarla].
En uno de los movimientos que hizo la cortina, debido a una
pequeña brisa que venia del exterior, divisé la figura de una mujer apoyada en
el balcón mirando el mar.
Corrí la cortina la y salí al balcón para ver de quién se
trataba y la sorpresa fue mayúscula. Era María.
- Pero si tu estas aquí ¿Quién es…? [Me pregunté girándome
hacia la puerta].
En ese momento pude ver la silueta de una mujer que corría
velozmente desde la puerta hasta mí.
Me tapé esperando el inminente impacto que, por suerte o por
desgracia, nunca se produjo.
Miré a mi lado y María se encontraba sentada en la
barandilla del balcón mirando al suelo de espaldas a la calle.
- Despierta [Dijo dejándose caer hacia atrás].
Me desperté de nuevo sobresaltado. Miré el reloj y vi que,
otra vez, eran las cuatro de la mañana.
Pasé toda la madrugada despierto sin poder dormir, pensando
en qué podían significar esos sueños.
Decidí salir a tomar el aire, para pensar un poco mientras
María dormía, pero para mi sorpresa, la puerta no estaba.
¿Pero qué demonios es esto? [Dije palpando la pared donde
antes estaba la puerta]. No puede ser,
debo de estar soñando otra vez.
Cuando me giré vi que maría estaba sentada en el borde de la
cama y miraba al suelo fijamente.
- Solo hay una salida si quieres volver a encontrarte con
ella [Dijo señalando al balcón]. No lo entiendes ¿Verdad Pedro? Jamás saldrás
de aquí si no es por ahí.
Me quedé mirándola fijamente sin dar crédito a lo que oía.
- Coge esto y hazlo. [Dijo dándome un colgante]. Despierta.
No se si fue por la falta de sueño, por el agobio de estar
encerrado o por la idea de no ver la autentica María, pero arme el valor
suficiente para coger carrerilla y, sin pensármelo dos veces, lanzarme por
encima de la barandilla.
Todo se quedo negro y
solo oía esa voz.
- Despierta… Despierta…
¡Despierta!
Desperté sobresaltado
mirando de un lado a otro mientras María intentaba tranquilizarme.
- Ya hemos llegado al hotel
Pedro, te has quedado dormido [Dijo María sonriendo].
Respiré aliviado, sonreí y salí
del vehículo. Una vez fuera noté que algo salía de mi bolsillo y caía al suelo.
Me quedé petrificado al ver
que se trataba del colgante que me había dado la extraña María.
En ese momento, el hombre
mayor del hotel hizo aparición.
- Dime Pedro ¿Quieres
repetir en la 115?
2013 © Pedro Ibáñez Béjar
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